
Paz a todos vosotros desde Getsemaní, el jardín de la obediencia del Señor.
Frente a la escalada que estamos viendo y la frágil tregua, debemos reforzar nuestra oración. No se trata de multiplicar las oraciones, sino de convertirnos nosotros mismos en una oración agradable al Dios vivo (cfr. Rom 12,1). Deberíamos ser pequeños Abraham que, con gran confianza e insistencia, interceden por esta humanidad confundida, que quiere imponer la paz con una fuerza totalmente mundana (cfr. Gn 18,24ss).
En este tiempo muchísima gente nos está demostrando su solidaridad a través de la oración y nos pregunta cómo se puede ayudar. Queremos invitar a todos a rezar por aquellos que llevan el peso efectivo de esta injusticia otorgada por el flagelo de la guerra; nosotros a duras penas llevamos el peso moral pero, en comparación, estamos muy bien. Son otras las víctimas que sufren la violencia del odio, con el riesgo de perpetuar esta herida, convirtiéndose en el bagaje cultural donde crecen las nuevas generaciones. Todo esto debería espolearnos a pedir a Dios Padre el don de la fe, para mirar la realidad como nos ha enseñado a mirarla su Hijo Unigénito. En efecto, no podemos abrir aquí un debate profundo sobre el poder del Maligno, pero solo lo mencionamos; si hay unos verdugos que hacen el mal, y todos vemos los frutos perversos, hay que considerar que estos, antes de ser tales, son víctimas del Maligno. Son sus esclavos, ¡incluso sin saberlo! Esto no justifica lo que hacen, pero debería incitarnos a orar más por todos, también por nuestros enemigos (cf Mt 5,38-48).
El Señor Jesús, cuando llega a este jardín es de noche, y pide estar junto a Él, una petición de cercanía que habla una vez más del misterio más grande para nosotros. Por un lado nos invita a no entrar solos en la oscuridad. Por otro, debemos percibir que el Señor actúa siempre, incluso en la noche más oscura. De este modo se acerca a toda persona que sufre y se convierte en su consolación, es Él quien viene a secar cada lágrima de los que llevan sobre sus propios rostros Su imagen (cfr Ap 7,17; Gn 1,26-27).
Paradójicamente también a través de esta prueba se nos invita a tener mayor conciencia de cómo todas las cosas pasan y solo Dios es el Absoluto. ¡Todo pasa, él permanece! En este sentido podríamos decir que también nosotros debemos librar una "guerra más dura", la lucha contra nosotros mismos, para dejar de lado las cosas inútiles y demasiado humanas y, desarmados, elevarnos con la nobleza de lo que realmente cuenta y es digno de ser amado: Dios y nuestro prójimo.
Pidamos, por intercesión de María Santísima, el don de la Paz según el Señor, comencemos a vivirla nosotros mismos en la realidad en que el Padre celestial nos ha pensado y colocado, vivamos como ciudadanos del Cielo, que están en el mundo, pero no son del mundo, vivamos con fe en Aquel que es ¡el único que puede salvarnos!
Buena oración