En los últimos días, hemos visto a multitudes de jóvenes que han respondido generosamente a la invitación a vivir el Jubileo y manifestar la única esperanza que nos une: ¡el Señor Jesucristo! Cómo olvidar las palabras de san Juan Pablo II, nuestro amado Papa, quien sabiamente afirmó: «Quien está con los jóvenes, se hace joven». En este Jubileo, resulta inmediatamente impactante cómo innumerables jóvenes, liderados por el Papa León, pueden pasar de la alegría vivaz al silencio estático y cautivador del Santísimo Sacramento. ¡Un momento sagrado y hermoso! ¡En el silencio sagrado de un breve instante, habla el Dios Eterno! Así también, al observar el entusiasmo de los jóvenes, nos despierta la consciencia y la alegría contagiosa de la juventud. Jóvenes de diferentes nacionalidades, incluso de países actualmente en conflicto. Es una esperanza tangible que hay que reconocer, una esperanza que podría ayudarnos a percibir el poder que la verdadera esperanza ejerce sobre nuestra humanidad: el Resucitado, Jesucristo, nuestro Señor. ¡Él es nuestra esperanza! Esta conciencia debería ayudarnos a iluminar incluso los aspectos más oscuros de nuestra historia, marcada por el conflicto y la rivalidad. Aquí en Tierra Santa, contemplamos los rostros de las personas, que son las Piedras vivas, nuestros cristianos (¡y no solo ellos!), y vemos las lágrimas y el miedo de los inocentes, que son las verdaderas víctimas y sufren la violencia del odio. Nos sentimos llamados a ser portadores de caridad evangélica hacia quienes verdaderamente nos miran y piden la esperanza divina, que tal vez han perdido.
En este jardín, el Señor entra en el silencio de Dios, ¡siendo su Hijo! Como Hijo de Dios, nos pide que seamos su cercanía y consuelo. Jesús, el único Pastor de las ovejas, parece entrar solo en el abismo de las heridas humanas, pero en realidad entra en quienes están cautivos del pastor injusto (cf. Ezequiel 34,1ss), para que todos podamos contemplar al Único que puede salvar. Cuando todo parece desaparecer, estamos llamados a esperar. Queremos proclamarlo con fuerza, incluso en nuestro silencio: Cristo es nuestra «Ancla de Salvación» (cf. Hb 6,19).
Buena oración. Unidos en una sola oración.
Hora Sancta
Somos los hijos de Francisco, custodiamos por voluntad de Dios uno de los lugares más queridos por Jesús: el jardín llamado Getsemaní